Esta frase resume cada uno de los viajes que he realizado. El más largo en cuanto a tiempo transcurrido tuvo lugar hace dos años en Londres. Gracias a una beca, pude disfrutar y conocer los rincones del país inglés durante 20 días. Tengo que confesar, que nunca habría escogido Londres como destino preferido, porque siempre he sido más étnica y espiritual y siempre he sentido la llamada de África y esas tierras cálidas y oscuras aunque no haya tenido ocasión de pasearme por ellas.
Los prejuicios empezaron en el minuto uno de saber que mi destino sería Londres: el humor inglés no me gusta, la gente es triste y amargada, no saben divertirse y son muy devotos y monárquicos. Nada que ver. Me di cuenta en poco tiempo de la necesidad de viajar con la mente en blanco y con la mente abierta. Los tópicos, habitantes innatos de nuestro subconsciente, nos impiden ver y observar la realidad, al contrario, nos hacen creer que con una guía y varios datos sobre la cultura de u n país ya lo sabemos todo y podemos estar preparados para tratar con sus habitantes.
Nada más lejos de la verdadera realidad, ya que la cultura de un país la forma cada una de las personas que pasa por ese país, por poco tiempo que sea. Cada trocito de esencia que cada uno de nosotros va dejando en el lugar donde reside por un tiempo forma el entramado cultural de ese país. Esa es la verdadera cultura, aquella que sólo es posible ver y observar con la mente en blanco y los ojos puros y abiertos de un viajero cultural.
No es necesario viajar muy lejos, ni siquiera desplazarse, hablando con alguien, observando la fachada de una casa y sus inquilinos podemos llegar a viajar hasta el fondo de un país: el propio país; aquel, que cada uno de nosotros lleva escrito en su piel.
No es necesario viajar muy lejos, ni siquiera desplazarse, hablando con alguien, observando la fachada de una casa y sus inquilinos podemos llegar a viajar hasta el fondo de un país: el propio país; aquel, que cada uno de nosotros lleva escrito en su piel.
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