miércoles, 16 de diciembre de 2009

Se abre el telón

Hace tiempo que asisto a obras de teatro, musicales sobre todo, en las que un teatro, prefabricado y modernizado, hace de lugar de ensueño o cavidad mágica. Atrás quedaron los teatros clásicos impregnados de ese olor a butaca antigua y palcos griegos con telones tan pesados que su apertura es ya una verdadera obra de arte.

¿Por qué la evolución del teatro sólo es cosa de su estructura y no también de su organización y escenografía? El Teatro Salesians de Sarrià, situado en la Plaza Artós nº 4, rompe con esa dinámica: la entrada, lo menos majestuoso de este lugar nos abre paso a un lugar de ensueño; un semicírculo de formas romanas repleto de butacas nos da la bienvenida. Las butacas, tapizadas de un rojo terciopelo a juego con todos los tejidos del teatro, reposabrazos de madera carcomida y llenos de muescas fruto de la inquietud de miles de espectadores que han podido ver desde Mary Poppins a Mamma Mia en los 55 años que lleva en funcionamiento, son la parte más vistosa y cómoda de este edificio. El escenario, parte fundamental en cualquier estructura escénica, presenta una inclinación óptima para observar a todos los figurantes, incluso aquel que piensa que, por su posición, alejada y lateral, no podrá ser percatado. Todo, absolutamente todo, se observa en el escenario: focos, cables, vigas, telones, cortinas… sólo si ya tienes práctica y un poco de agudeza visual podrás percatarte de los pequeños detalles de este teatro tan clásico y rudimentario; pequeñas cruces verdes de esparadrapo marcan la posición de actores y objetos y pequeñas ranuras en la madera del suelo nos indican la trampilla antigua que ha sido substituida por métodos modernos y agudizados que han dejado obsoleta la profesión del apuntador.

Este teatro, como todo en la vida, tiene un alma más, en concreto aquella alma colectiva que le ha dado la vida durante esos 55 años.